Capitulo IV (Parte I): Alma Máter

Torre UPR

Desde antes de graduarme de escuela superior en el 1998, sabía que quería estudiar Comunicaciones en la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras. Mientras muchos de mis compañeros no estaban seguros de cuál sería su camino, a mí se me hizo fácil decidir. Y fue así, en agosto de 1998, comencé mi camino por el Primer centro docente el país, la IUPI, MI IUPI que tanto amo y respeto.

El proceso de admisión fue un proceso normal; enviamos los papeles requeridos, esperamos, la carta de admisión no llegó cuando esperábamos, comenzaron los nervios, pensé en otras alternativas y luego llegó la tan esperada carta… normal. Varios de mis compañeros también fueron aceptados y, dado el hecho de que no teníamos carro para viajar todos los día de Cidra a San Juan y de vuelta a Cidra, decidimos buscar hospedaje. José Manuel y yo decidimos buscar un apartamento para compartirlo y viajamos a Río Piedras a buscar opciones. Encontramos varias opciones, pero por razones que no recuerdo bien, se nos hizo tarde para hacer los pagos correspondientes. Para ese tiempo era complicado encontrar un apartamento ya que muchos estudiantes estaban haciendo lo mismo. Lo logramos, pero no tan normal como muchos pensarían; José Manuel y yo encontramos un apartamento en la urbanización Santa Rita – cuna de los estudiantes de Río Pidras – pero lo compartimos con dos de nuestras amigas, Melissa e Irma. Ambas fueron nuestras compañeras de clase por varios años en la escuela intermedia y superior, así que hasta cierto punto nos conocíamos bastante bien. Esta experiencia nos ayudó a aprender a convivir y a aceptar más a las personas, ya que cada uno trajo consigo lo que la vida nos enseñó. Puedo decir, sin temor a equivocarme, que en ningún momento hubo peleas ni discusiones por ninguna razón.

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Para ese tiempo aún no estaba en Santa Rita la farmacia de la W – no le daré promoción gratis – así que comprábamos en el fin de semana los ingredientes para hacer comida, como arroz, potes de habichuelas, carnes, salchichas y todo lo necesario para un buen desayuno, almuerzo y comida. Siempre nos poníamos de acuerdo sobre quién cocinaría y quien lavaría los platos sucios. Era de suma importancia mantener el baño limpio, además de ser considerados con los horarios de clase y estudios de cada uno. Establecimos reglas desde el primer día e hicimos lo posible por seguirlas. Desde mi punto de vista, la convivencia fue muy buena. Además, era interesante ver la cara de otras personas cuando le decíamos que vivíamos con dos chicas.

Por varios meses, viajábamos los domingos hacia Río Piedras con el papá de José Manuel y los viernes mi papá nos recogía para llevarnos a Cidra. No había presupuesto alguno para carro, así que nuestros padres hacían el sacrificio. Los domingos en la tarde, recogía en un bulto la ropa que mi madre lavaba, desde viernes en la tarde para que estuviera lista a la hora de irnos. Mi hermano estudiaba en Mayagüez y también llegaba a Cidra los viernes, así que podrán imaginar toda la ropa que mi madre lavaba y los milagros que hacía para que todo estuviera a tiempo. El papa de José Manuel llegaba a recogerme, mis padres me echaban la bendición, me daban la compra de la semana y $40 para que comprara lo que me hiciera falta (lo cual era un sacrificio para mis padres). No teníamos en ese tiempo el servicio bancario de transferir dinero por una aplicación móvil – ni yo tenía un móvil para verlo, ni internet, ni computadora – así que teníamos que hacer lo posible por estirar ese dinerito.

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Llegábamos a Santa Rita, subíamos nuestros bultos al apartamento y José se iba a ver a su novia, y yo cruzaba la calle a compartir con los vecinos quienes en su mayoría eran compañeros de clase de Cidra. Ahí también conocí a cuatro jóvenes de Ciales: Heky (nunca me aprendí su nombre de pila), Ángel, Juan y dos más de nombre David. Siempre que iba donde Yoli, Melissa Michelle y Lourdes, o a molestar a Julia, Linette, Gladmar y Waleska, aprovechaba y nos parábamos frente al apartamento a hablar y relajar de lo que fuera. Un día hubo un apagón en Río Piedras y estuvimos varias horas a oscuras, pero todos fuera de los apartamentos compartiendo. Al llegar la luz, se escuchó una algarabía por todo Santa Rita… la misma algarabía se escuchó cuando a eso de las 4:45 p.m. Adrián besó a Natalia en la novela “A todo corazón” (Santa Rita se quería caer).

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Además de mis vecinos y compañeros de apartamento, siempre tuve cerca a quien hoy día es una de las personas que más quiero en este mundo, Mónica. Ella siempre ha sido esa amiga que entiendo todos debemos tener; te dice las cosas como son, te apoya y te corrige cuando es necesario. Desde noveno grado, nuetsra amistad fue creciendo y fortaleciendose. Hoy, es parte importante de mi familia. Igual me pasó con Yoly; a pesar de conocerla desde antes de llegar a la Universidad, nuestra amistad creció muchísimo. Recuerdo que, para ver la expresión de las personas de la urbanización, cuando me veía, me gritaba de donde estuviera como si ella fuera esa novia celosa y molesta que nadie necesita en su vida. Y yo, siendo un personaje donde quiera que me paraba, le respondía de la misma forma. La primera vez que hicimos ese paso de comedia, todos los vecinos salieron a la calle a ver qué pasaba. Al abrazarnos como los amigos que somos, todos se reían o nos regañaban.
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Y tocó el turno de asistir a las clases. Ser prepa (como se les dice a los estudiantes de nuevo ingreso) en la IUPI no es la mejor experiencia ya que si alguien te ve con tu cara de “soy nuevo aquí y no sé ni donde estoy” te gritan prepa y te ponen a bailar. Mi idea para que eso no pasara fue no afeitarme la cara por unos días y que la ropa no se viera como nueva. Así que fui por el campus como si esa fuera mi casa y nada pasó por unos días. Pero un jueves de agosto, saliendo de unos de los salones de la facultad de Estudios Generales, un grupo de jóvenes gritó: “PREEEPAAAA” y señalaron hacia mí. Miro a mi izquierda y había una chica y a ella fue a quien rodearon y me empujaron para sacarme del lugar donde pondrían a bailar a la joven. ¡Y me salvé! Una historia de éxito, diría yo.

Mi primer año de universidad fue una año de crecimiento. Me di cuenta que las ciencias no son mi fuerte y que la diferencia en un salón de clases puede hacerla el profesor o profesora. Mis clases de Humanidades e Inglés fueron ejemplo de ello. El formato de la clase daba espacio para discusiones inteligentes y el ambiente era tranquilo y de oportunidad. Fue en Humanidades donde conocí a la Iliada y en inglés conocí disfruté de la visita de la Muñeca de los ojos brujos, Nydia Caro. El resto de las clases básicas, las de primer año, no fueron sobresalientes en mi vida, al punto que no recuerdo ninguna anécdota que pueda contarles al respecto.

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Y sobreviví el primer año de universidad. El segundo año lo comencé en nuevo apartamento con nuevos compañeros. José Manuel decidió viajar todos los días de Cidra a San Juan y de vuelta a Cidra en las tardes, aunque muchas veces fue nuestro compañero de apartamento ya que dormía en el súper incómodo mueble que teníamos en nuestra pequeña sala, comedor y cocina. Melissa tomó la decisión de viajar también, pero una de las razones fue el embarazo de su primer hijo. Siempre que quedé con la duda si ese hijo se concibió en nuestro apartamento. Pero después de este escrito, algo me dice que esa duda quedará aclarada.

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Nuevo año, nuevo apartamento y nuevos compañeros de cuarto: Juan Carlos y Heiroff (sí, ese es su nombre, no su apodo). Con Juan compartí desde intermedia y tenerlo como compañero de apartamento fue muy bueno. Nunca hubo en ese apartamento momentos serios. Juan con sus inventos y locuras, Heiroff siendo el raro personaje que es y la seriedad que me caracteriza daba espacio para momentos de mucha risa. Juan tenía su carro y me buscaba los domingos en Cidra y en ocasiones me devolvía los viernes. Hasta que por fin pude comprarme un carrito. De hecho, fue mi padre quien me compró un Datsun 210 del 1979. El carro costó cerca de $800 y estaba bastante maltratado, pero era mi primer carro. El primer fin de semana que tuve el carro fue maravilloso. Lo llevé a casa de mi novia para que lo viera, al igual que su familia y lo bautizaron como Banano, por su color amarillo. Ese domingo lo usé para ir a trabajar en la tienda de tenis deportivos en un centro comercial en San Juan donde trabajaba a tiempo parcial. Terminé mi turno de trabajo, lo llevo al apartamento y terminó mi día. Lunes, camino hacia la universidad y miro mi carrito allí estacionado justo donde lo dejé, así todo amarillo. Regreso un poco después del mediodía y Banano no estaba. ¡Se lo robaron a plena luz del día! José Manuel me acompañó a hacer una querella de robo en la estación de policía y, al explicarle al oficial lo ocurrido, su respuesta poco amable fue: “esos carros se los roban a diario aquí”. Su comentario me llenó de tanto ánimo que quise irme del cuartel, pero José me dijo que hiciera la querella a ver qué pasaba. Eso fue en 1999, y 19 años después no he escuchado nada de parte de la Policía.

También conocimos vecinos nuevos. Una noche, cerca de las dos de la madrugada, despertamos con el sonido de una voz aguda, pero casi en susurro que decía del otro lado de la ventana: “Juan, anormal. Juan, anormal. Juan, anormal”. Esa no fue la palabra que utilizaron para referirse a Juan, pero mis hijos leen este escrito y no quiero que se lleven ese mensaje. Cerca de la quinta vez que gritaron, Heiroff se levantó de la cama de arriba de la litera y gritó de modo amenazante: “¡Cállate la boca y déjame dormir porque salgo a romperte la cara, pendejo!”. Juan y yo nos miramos con cara de susto, seguido por una carcajada corta. Al otro día, los vecinos tocaron nuestra puerta para disculparse. Resulta que el nombre de uno de ellos también era Juan y los que gritaban por la noche se habían equivocado de ventana.

Y teníamos vecina; una mujer de pequeña estatura, pero para nuestros ojos, y puede que esto nos traiga problemas, hermosa. No era Dayanara Torres, pero era muy linda y sexy. Como los hombres valientes que no éramos, nunca hablamos con ella más allá de buenos días y buenas tardes al pasar el portón que estaba justo al lado de su apartamento. Cuando por fin hablé con ella fue por obligación. Llegando al apartamento, veo que la vecina está limpiando con manguera las escaleras. Al parecer usó mucho jabón, resbaló y bajó los seis escalones de espalda. La ayudé a levantar bastante preocupado y ahí fue que la conocí. La dejé con su hermana y caminé a mi apartamento. Fue una buena historia que contar ya que mis compañeros de apartamento estaban felices de que al menos uno de los tres conoció a la vecina. Eso significaba que ellos podrían conocerla a través de mí. ¡Todos ganamos con esa caída! (No le pasó nada con la caída.)

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Ese año también comencé con algunas de las clases de Comunicaciones, las cuales me encantaron. Pero al terminar el año no estaba seguro que eso era lo que quería estudiar. Juan tenía una compañera de clases que le dijo que había hecho un internado en Washington, DC y fue él quien me recomendó completar la información. Así lo hice y en agosto del año 2000, a mis recién cumplidos 20 años de edad, viajé a la Capital Federal a trabajar en el Departamento de Salud y Servicios Humanos, gracias corporación sin fines de lucro HACU (Hispanic Association for Colleges and Universities). Al llegar de esa gran experiencia de crecimiento personal y laboral, entendí que estaba en el lugar correcto. Hablaré un poco más al respecto en la parte II de este capítulo.
COPU

Tercero y cuarto año de universidad fue tomando clases específicamente de concentración. Una de esas clases, Guiones para radio, televisión y cine, por el profesor José Rivera, fue espectacular. Al hacer esos guiones y leerlos lograba tener una imagen de lo que yo quería ver. Un nuevo reto que acepté del todo. Y otra de las clases de periodismo fue con la doctora Lourdes Lugo. En esos momentos, y creo que aún sigue siendo así, la doctora era muy estricta; nada de celulares sonando en la clase, era importante llegar a tiempo al salón y evitar las tertulias en todo momento. No tenía problemas con los celulares pero sí con el de llegar a tiempo. Resulta que la clase era a las diez de la mañana en un edificio fuera de la universidad en la escuela superior de la UPR (salón conocido por los estudiantes de Comunicaciones como COPU carajo) y yo salía de una clase de Estudios Generales a las 9:50. Al salir del salón, yo iba por ahí que me las pelaba, como dice papi, porque el regaño de ese día no podía ser para mí. Aprendí muchísimo en esa clase, tanto así que tomé otro curso con la doctora Lugo.

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Radio Universidad de Puerto Rico

También tomé un curso de radio en Radio Universidad de Puerto Rico. En la clase de la profesora Noelia Quintero aprendí y crecí muchísimo. Siempre he sabido que la radio es uno de los medios, si no el medio, más importante. La responsabilidad de un locutor sobre la información que habla en el medio es enorme y debe ser veraz, coherente y entretenida. Aun cuando se hablan temas de comedia o un poco subidos de tono, el locutor o locutora debe tener conocimiento de palabras y usarlas correctamente; no hay espacio para “hubieron”, “estábanos”, “comistes” y otras palabras incorrectas que nada aportan al mundo en que vivimos. Junto a Karla, Sacha y Shariann desarrollamos como trabajo final un programa de Rock en español con entrevistas, música y e información llamado Evolución Rock. Todo el proceso de producción y edición me dejó saber que esa era una de las vías que quería caminar en la vida. Entendí que a final de cuentas, fue una buena decisión estudiar Comunicaciones.

Me gradué en el verano del año 2003. Años después, cuando conocí a mi hoy esposa, Gina, y descubro que ella también se graduó en ese mismo año, de la misma universidad y de Comunicaciones. O sea, nos graduamos juntos, el mismo día y hasta tenemos fotos con las mismas personas y nunca nos cruzamos en ninguna clase ni en el pasillo. Podemos verlo como que no estaba supuesto a pasar, pasó de la manera que tenía que pasar. Hubo, además, personas maravillosas que llegaron a mi vida durante esos cuatro años de estudio: Jackie, Frank, Shary, Ingrid, Gabriel, Karla, Onix, César, Tommy, Tulio, Abiezer, Amy, Gelpí, Lugardo, entre otras. Muchas de ellas llegaron para quedarse: Jessica, la mamá de mi hijo mayor, y Dashelley, a quien conocí quejándose de los hombres mientras esperábamos a la profesora de Ciencias Sociales y desde entonces hemos estado en la vida de cada uno. Compartimos momentos importantes en la vida de cada uno y nos hemos confiado historias y sucesos que nos hicieron crecer. Nos hemos visto como padres y crecido juntos como amigos. Una mujer especial e importante para mí, y con mucho orgullo estoy seguro que así lo será siempre.

El profesor Popelnik siempre nos aclaró que la vida fuera de los portones de la universidad apestaba, estaba llena de responsabilidades y experiencias para las cuales la universidad no podría prepararnos, y tenía razón. Me encantaría decirles que al graduarme trabajé en alguna estación de radio y que soy uno de los mejores locutores de mi Isla. Pero no fue así. Trabajé aquí y allá y en el 2005 logré trabajar en WAPA televisión. Allí escribía las noticias de salud, farándula, mundiales y deportes para el noticiero del fin de semana a tiempo parcial y luego de unos meses surgió el puesto a tiempo completo. De más está decir que me encantó, aunque los horarios de trabajo eran bastante fuertes. La vida siguió y trajo lo que me tocaba tener: cosas buenas, cosas no tan malas y cosas que, si tuviera la oportunidad de repetir, no lo haría. Pero de eso se trata este viaje de vida. Hasta cierto punto me di por vencido de esto de las comunicaciones y ahora escribo este libro que espero lean todos, hago comedia y preparo otras cosas que sé serán del agrado de muchos y un ejemplo para mis hijos.

Logo La IUPI

Fueron cuatro años de estudiante y esa experiencia me durará toda la vida. Me crucé con personas maravillosas que dejaron experiencias enriquecedoras en mi vida. Me robaron el carro y hasta me asaltaron en Santa Rita. Me hicieron reír y devolví el favor en múltiples ocasiones. Buenos profesores, malos profesores y esos que marcaron mi camino por el primer centro docente del país: la IUPI, MI IUPI que tanto amo y respeto.