Un hermoso día de primavera, que debía ya sentirse como verano, nací en un hospital de la cuidad de Caguas, Puerto Rico. Después de varios pujos que diera mi madre Eileen, vi la luz a son de llanto, de mi parte y estoy seguro de que de mami también, porque siempre está llorando. Mis padres decidieron ponerme los nombres de mis abuelos: José por el lado materno y Francisco por el paterno. ¡Hermoso nombre que comparto con dos maravillosos hombres! Y hoy, 25 de mayo de 2020 celebro mi cumpleaños número 40. Cuatro décadas de crecimiento, aprendizaje, lágrimas y muchas risas.
Nací con Menudo, cantando “Y yo no bailo”, cuando en realidad bailo hasta los anuncios. Crecí en esos días en que mami limpiaba los sábados y pegaba la manguera dentro de la casa. “Se limpian los pies bien antes de entrar que acabo de limpiar la casa”, nos decía a mi hermano Junito, mi hermanita Franceska y a mí. Crecí en una casa sin teléfono por varios años y sin microondas, y nadie se murió por eso. La urbanización estaba repleta de “muchachería” lo cual nos aseguraba horas de diversión y veranos de correr por esos montes, jugar baloncesto, pelota, trompo y cholis – canicas para quienes no conocen el lenguaje.
Cuando era hora de subir, mami nos llamaba desde la casa; no nos enviaba mensaje de texto ni nada de eso que no existía. Se paraba en la acera que daba al balcón y a galillo pegao nos gritaba: “Junito, Frankie, Franceska… suban”. Obvio, como todo niño, devolvíamos esa orden con un “voy ahora”. Cuando la llamada de mami incluía nombre completo – primer y segundo nombre – era momento de dejar todo atrás y correr antes de que la cosa se pusiera pelúa; hasta nos despedíamos de los otros niños o jóvenes mientras corríamos a casa. A veces, si si la situación lo ameritaba, papi con solo usar su silbido que se escuchaba tres calles más abajo, era suficiente para que apareciéramos. “Si papi nos está llamado es que mami ya nos llamó y no nos encontró”, decíamos los Lugo Rivera. Esa llamada de papi, generalmente se convertía en un regaño a la hora de llegar a casa. Y solo se enteraban los vecinos porque no teníamos redes sociales donde desahogarnos. Y nadie se murió por eso.
Mi hermano es un año y seis meses mayor que yo, y mi hermana, tres años menor Esto me convierte en ese nene que tiene que llamar la atención, y escogí hacer a todos reír con muecas, imitaciones y comentarios graciosos en el momento exacto (no siempre era exacto para los demás). Crecí con esos dos seres a quienes amo y respeto ahora, pero no siempre fue así. Hubo momentos que pensaba que Junito no me quería y no fue hasta que se mudó a Mayagüez a estudiar que comprendí lo mucho que me hacía falta. Y con Franceska, cuando me mudé a Río Piedras a estudiar, me encantaba buscarla en la escuela los viernes porque se emocionaba tanto de verme.
Crecí y llegué a la escuela superior Ana J. Candelas, acompañado por quienes hoy día siguen siendo personas importantes en mi vida. Y mis padres nos dejaron viajar una semana a una casa ajena en Connecticut a un intercambio estudiantil. Fue para el 1ro de octubre de 1996 cuando viajé a un lugar desconocido para mí entonces, pero donde conocí personas, de mi edad y sus padres, a quienes recuerdo con mucho cariño y una sonrisa se aparece cuando pienso en ellos.
Allá para el 1998, a cientos de jóvenes de mi escuela y a mí, nos declararon graduados. Y así terminó una de las mejores etapas de mi vida y se abría la puerta a lo desconocido pero esperado. Antes de llegar a la universidad, nos tocó bailar en nuestro Senior Prom al son de Grupo Manía y los Hermanos Rosario. ¡He bailao! Hasta me subí a la tarima con Grupo Manía a bailar un rato y mi hermano tuvo la oportunidad de tocar saxofón con ellos. Pero te digo que he bailaaoooo…
El primer centro docente del país me recibió en el verano de 1998 y, por cuatro años, me enseñó muchísimo, tanto dentro de los portones como fuera en sus alrededores. Aprendí a convivir con personas que no eran mi familia, pero nos convertimos en una. Conocí la avenida Universidad, cuando el 7-Eleven era nuestro lugar de compras antes de que llegara Walgreens y vi a muchos borrachos divertirse en el 8 de Blanco. Tengo historias para llenar las páginas de varios libros.
Me gradué en el 2003 de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras, y en el 2005 llegó Daniel Antonio. Ese niño llegó a alumbrar mi vida y la de mi pareja en ese momento. Desde entonces no he dormido igual, las prioridades cambiaron y la alegría de ver su sonrisa aun no se va, y ya tiene 14 años el muchachito ese. A mediados del 2007 mi relación de varios años terminó y se complicó un poco más mi vida. Fue un momento difícil para ambos con estos cambios, pero hoy entiendo que fue lo correcto. Seguí siendo un buen padre para Daniel y en cuanto a su mamá y yo, logramos seguir por caminos separados, pero siempre con Daniel como prioridad.
Llegó un nuevo trabajo y allí encontré un nuevo amor. Esta muchacha de verdad que me enamoró sin ni siquiera darse cuenta. Nos mudamos juntos un tiempo después, pero no sin antes asegurarme que tendría una buena relación con Daniel. Ese amor llegó al altar en junio de 2010 y en septiembre de 2011, llegó otro niño a completar el dúo de roba corazones: Fabián Antonio. Dos familias se llenaron de alegría al llegar ese cachetón y sigue sorprendiéndonos con sus cosas e inteligencia. No me explico como un niño puede guardar tanta alegría, cariño, amor e inteligencia en un solo cuerpo. Ya, definitivamente, nunca dormiré como lo hacía antes que llegaran los niños a mi vida, y no me molesta para nada. Me disfruto el ser padre y más cuando ambos niños salieron a papá en sus locuras. ¡Alegría y amor puro!
Con Fabián llegó un nuevo trabajo para mí y también para mi esposa. Llegaron navidades de alegría, veranos de calor, muchas risas y mucho llanto. No fui el mejor esposo y mi esposa sufrió por eso. Seguimos hacia adelante con nuevas metas y trabajos, nuestros momentos felices juntos y esos que nos hacen recordar lo mucho que nos amamos. El huracán María trató de destruirnos, pero siempre tuvimos personas que nos ayudaron a levantar y a la vez los ayudamos a ellos.
El 2019 terminó para mí como el rosario de la aurora y el 2020 no ha sido fácil para nadie. Hoy estoy separado de mi esposa y sin la dicha de despertar junto a ella y mi hijo menor. No he podido compartir con Daniel como quisiera porque con el encierro está mas seguro con su mamá. O sea, la tristeza la ha dado con venir a sacarme de tiempo. Pero también el 2020 llegó repleto de enseñanzas y crecimiento. Hoy, puedo decir que me siento mejor y que mi vida va por un mejor camino. Mis metas están claras así como lo que tengo que hacer para alcanzarlas. Aunque no quisiera repetir jamás este año, agradezco la bendición de estar aquí.
En 40 años viví la muerte de un Papa católico y la llegada de dos más, celebré la salida de la Marina de la isla de Vieques, vi la caída del Muro de Berlín y las Torres Gemelas y pasé huracanes que dejaron a la Isla casi en las ruinas. En 40 años viajé y conocí muchas personas que dejaron sus huellas en mi vida, y lugares a los que no quiero regresar. En 40 años hice reír a miles de personas, hice llorar a una que otra y bailé (que si he bailao…). En 40 años vi nacer y crecer a mis hijos, los besé, les sequé las lágrimas y les limpié el fondillo. Los vi dormir y me brincaron encima para despertarme. Perdí noches con ellos en el hospital y gané momentos que se quedan para siempre. En 40 años amé como de debe e hice sufrir como nunca debí, y me hicieron lo mismo. En 40 años lloré, lloré y lloré, de caídas en bicicleta y patines, de golpes que te da la vida y también lloré de amor. En 40 años reí a carcajadas, de esas paveras que te dejan con dolor en la cara y en la pipa. En 40 años crecí y agradezco. Y todavía estoy a mitad del camino.
¡Barba como papá! “Los 4”