Capítulo I: “Mi barrio era un continente”.

Según información que conseguí en la red, los números cinco, 25 y 1980 revelan que mi camino de vida es el número tres. Este representa visión, imaginación y alegría de vivir. Esa página me dice además que poseo un gran talento para la creatividad y la expresión. Pues ese fue el día de mi nacimiento: 25 de mayo de 1980. Ese mismo día, pero en otro año nació Jeff Bridges y también Frank Oz (quien hace la voz de Yoda en la primera entrega de la película Star Wars).

15541596_196526557476647_2317720124440701798_nJosé Francisco Lugo Rivera: el segundo de los tres hijos de Juan Antonio y Eileen Ivette. Mi hermano mayor se llama como papi, porque con alguien tenía que desquitarse, y mi hermanita, Jaleen Franceska, nació tres años después de mí. Nacimos en un hospital en Caguas pero nos criamos en el pueblo de Cidra. Unos años en el Cielito (en el centro del pueblo) y la mayoría de los otros en Treasure Valley, por allí cerca de Don José. También vivimos en el barrio Rabanal, pero apenas fue una semana, quizás menos (afortunadamente).

Mi niñez fue bastante buena, diría yo. Crecí con mis hermanos, fui a la escuela, hice maldades que en ocasiones pasaban desapercibidas porque siempre hacía reír a alguien (de adulto eso no funciona) y saqué de quicio a mi hermano muchas veces – ese es mi trabajo como hermano del medio. Recuerdo las navidades y algunos de los regalos, y disfrutaba de levantarme los sábados en la mañana a ver muñequitos como He-Man, los Thundercats y los Muppet Babies.

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¡Mira ese nene… qué bello!

Recuerdo cuando mami me llevaba a la escuela y también el día en que no me fue a buscar. Siempre uso esta historia cuando mami habla de algo de la niñez y siempre es para molestarla, lo cual hace como 30 años dejó de funcionar. Yo cursaba el Kinder y la escuela era literalmente al lado de mi casa. Pero caminando podrían ser cerca de 10 minutos, más o menos. Obviamente, me sabía el camino y todo el mundo en el barrio conocía a los hijos de Juan Lugo, así que no había forma de que me perdiera. Mami me llevó al salón en la mañana y le tocaba buscarme a medio día. Llegó la hora en que se supone que mami estuviera allí y cuando me di cuenta que no estaba, decidí caminar hasta casa. Diez minutos más tarde estaba yo en casa y al abrir la puerta y saludar a mi madre, ella casi se muere del susto. Según recuerdo, y ella dirá una versión que le convenga más a ella, mami estaba limpiando la casa y entre tarea y tarea del hogar, se le hizo tarde. Recuerdo que me abrazó y me besó y yo no entendía porque tanto escándalo. En fin, mi madre me dejó perdido ese día en la escuela.

Papi trabajaba en la Junta de Inscripción Permanente (JIP) en Cidra y después de varios años, dejó ese trabajo por una mejor oportunidad y mami tomó su lugar en la JIP. En ese tiempo no me pareció una buena idea porque cuando yo salía de la escuela llegaba a casa, recibía un beso y un abrazo del amor de mi vida y me dedicaba entonces a hacer asignaciones, pelear con mis hermanos y comer la rica comida de mami. Al sol de hoy el olor en esa cocina me vuelve loco. Al otro día me levantaba, desayunaba, molestaba a mis hermanos y mami nos llevaba a la escuela, besos y abrazos y eso era un buen día. Cuando uno va creciendo se va dando cuenta que era súper necesario que mami trabajara ya que debíamos mudarnos de la casa que compartíamos con mi tío Piro porque no cabíamos y el sueldo de papi no era suficiente para eso.

10417788_1113260885356060_7267783779022143336_nNos mudamos entonces a Treasure Valley; una casa de tres cuartos en una urbanización donde vivían algunos de mis compañeros de escuela y habían muchos niños de nuestra edad. Allí conocí lo que era esperar la guagua cada mañana para llegar a la escuela y cogerla cada tarde para regresar. Mami trabajaba frente a la escuela y siempre nos llevaba almuerzo y comíamos en la cocina de la oficina, lo que para mí era buenísimo ya que no como muchas cosas que la mayoría de la gente disfruta (dile changuería si quieres).

emgn-worst-job-commutes-pic-5La tarde era divertida desde mi punto de vista de niño. Cuando no nos quedábamos en la oficina con mami hasta que papi nos buscara, nos íbamos e la guagua hasta la urbanización, y eso era una odisea. La guagua llegaba y habíamos más de 20 personas tratando de montarnos y todos queríamos entrar a la misma vez – como los videos esos de los chinos tratando de montarse en el tren. Si mi hermano se montaba, me tenía que montar yo porque las instrucciones eran que ambos nos teníamos que montar en la guagua juntos. Al llegar a casa, siempre pasaba una de dos cosas: mami nos daba la llave y entrábamos con calma o le decíamos a Olga, nuestra vecina, que nos abriera la puerta con el cuchillo. Ella tardaba menos con el cuchillo que lo que tardábamos nosotros con la llave; así de buena era ella con nosotros y siempre nos echaba un ojito. Nos cambiábamos de ropa más rápido que ligero y “verificábamos” las tareas antes de irnos a la cancha que estaba en nuestra calle. Hacíamos las asignaciones, casi siempre, y a jugar a la calle con el resto de los muchachos.

Cuando mami llegaba de trabajar, a veces con papi o su compañera de trabajo le daba pon – porque mami no guía – le tocaba entonces hacer comida, verificar que las asignaciones estuvieran hechas, preparar todo para el próximo día escolar, asegurarse que comiéramos todos juntos en la mesa y acostarnos a dormir. Unos días eran más complicados que otros, pero básicamente esa era la rutina. Todo el mundo en la cancha se enteraba de nuestro segundo nombre cuando mami nos llamaba a comer. Como es normal, a los niños no le gusta parar de jugar o divertirse. A la hora de comer mami salía al balcón y nos llamaba. “Junito, Frankie, vengan”, una vez. La segunda, la misma historia. La tercera cambiaba de cuento de hadas a película de misterio: “José Francisco, ven AHORA”, me gritaba fuertemente. En ese momento dejábamos todo y salíamos corriendo sabiendo que nos esperaba al menos un regaño o cantaleta. Estoy seguro que la mayoría de ustedes, mis lectores, están familiarizados con esto.

Un hermoso día de primavera, el 22 de marzo de 1991 – o quizás 1992, no estoy seguro – nos reunimos todos los jóvenes de la urbanización. Era día feriado en Puerto Rico, ya que se celebra el Día de la Abolición de la Esclavitud. Éramos más de 10 muchachitos entre las edades de 11 a 15 – estaba mi hermano, José César, Carlos, Robertito, Kiko el Tribil, Sammy, Yadiel (creo) y otros jóvenes. Decidimos ir de un extremo de la urbanización a otro en bicicleta y lo divertido era que en el extremo donde comenzamos era una cuesta larga y no había que pedalear tanto para bajar. Mi hermano no quería que yo fuera, pero como él no es mi papá (como todos los niños se dicen siempre), me incluí en la aventura – como los Goonies. Llegamos todos juntos hasta abajo, sin problema ninguno; una travesía llena de velocidad como por tres o cuatro minutos.

Al llegar al extremo final de la urbanización, era momento de acabar la aventura. Pero no sabía que el destino tenía algo planeado para mí (parece introducción de una novela de Univisión). En el lugar que decidimos reunirnos para regresar, José César bajó en su bicicleta primero que yo y luego era mi turno. Al bajar, José César se atravesó y la goma delantera de mi bicicleta chocó con la suya, y salí volando hacia adelante y caí de cabeza en una alcantarilla. Todos asustados me ayudaron a levantar, y yo, tranquilo. Hasta que me toqué la cabeza y mi mano se llenó de sangre. El mundo se detuvo. El miedo invadió mi mente. ¿Me habré cortado hasta casi tocar el cerebro, o habrá sido solo un rasguño? ¿Me dejará mi madre seguir viviendo o me castigará hasta cumplir 100 años en un calabozo oscuro y con comida mala, como arroz con salchichas?

images (1)Un vecino que pasaba por el área me llevó a casa. Recuerdo claramente que grité como si me hubiesen arrancado un brazo cuando vi la sangre. De más está decir que mami por poco se muere cuando me vio llegar llorando y con sangre – en realidad era poca sangre, pero seguía siendo sangre. Me llevó al hospital, donde me atendieron rápidamente y en un abrir y cerrar de ojos, llenos de lágrimas porque yo era un llorón, estaba en casa. Al llegar a casa, mami decidió castigarnos a mi hermano y a mí por un mes, UN MES. ¿Por qué me va a castigar si lo que tuve fue un accidente? Una de las contestaciones más fáciles y que me dolió más que el golpe en la cabezota: Nos fuimos sin permiso a correr bicicleta por un área lejos de casa. Y, ¿por qué castigaron a Junito conmigo? Porque él es el mayor y no debió haberme dejado ir. Por eso, los dos castigados solo 30 días de una hermosa primavera, incluyendo sábados y domingos.

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Muchos años después, la amistad sigue…

Tuve la dicha de crecer donde crecí y con la gente con quien crecí. Los días de verano, mientras todos los chicos estábamos de vacaciones eran espectaculares. Siempre había algo qué hacer y nunca estabas solo. En mi caso tenía a mi hermano, aunque él no le gustara mucho la idea. No quiero que piensen que Junito era un mal hermano; era un niño normal que le molesta que para todos lados que iba, su hermano menor iba detrás de él. Esos días calurosos de verano jugábamos baloncesto en la cancha, donde siempre había una que otra discusión, jugábamos pelota (béisbol) bajo el sol candente de nuestro parque y cualquier cosa que se nos ocurriera. Y en las noches, no muy tarde, mis padres sacaban una soga larga y hacíamos competencia de brincar cuica; a veces los varones contra las hembras y mami y papi siempre brincaban. Creo que por eso es que me gusta brincar cuica; me remonta a mi niñez.

Una etapa muy buena para mí fue cuando, guiados por nuestra amiga Haydee, se hizo especie de Talent Show en el Centro Comunal de la urbanización. Para ese tiempo estaba de moda Francheska, Liza M, Garibaldi, Gloria Trevi con su pelo suelto y muchos otros artistas. Las chicas se botaron; tardes de ensayos y la música y la ropa y todo. Un tiempo después, decidimos entonces hacer uno dirigido a los padres en su día. ¡Ahí botamos la casa por la venta! Recuerdo que nos vestimos de chaqueta y todo, y cantamos la Última Copa, cantamos Linda, de Daniel Santos y yo imité a José Feliciano con la canción Siempre (magnífica imitación, debo decir). Hasta un numerito de Garibaldi nos tiramos – vestidos con pañuelos en la cabeza y todo. Un momento que todos disfrutamos y estoy seguro que si alguno de mis amigos de Treasure Valley lee esto, tiene historias que contarles a sus hijos y familiares.

La pérdida también fue parte de nuestras vidas de niños en el barrio. Recuerdo con mucho cariño a Robertito y su hermana Viviana. Vivi era una chica alegre y llena de energía que juagaba con mi hermana y todos la conocíamos. Algunos no sabían su nombre, pero sabían que era la hermana de Robertito, quien siempre estaba jugando y haciendo maldades con nosotros. Esos hermanos vivían con sus abuelos, don Roberto y doña Petra, quienes tenían la tiendita donde comprábamos leche, huevos y esas cosas. Si mal no recuerdo, cuando yo tenía como 13 o 14 años, Vivi enfermó y un tiempo después falleció. Hablamos mucho de eso entre nosotros y del dolor que podrían estar pasando doña Petra y don Roberto y, más aún, su hermano, nuestro amigo Robertito. La vida nos enseñó en ese momento que no hay tal cosa como que los que se mueren son los viejos. Porque aunque había perdido familiares, nunca había pasado por eso de perder una amiga.

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De la producción Mundo, la canción Como Nosotros.

Fuimos poco a poco creciendo y con las cosas de la vida fuimos cambiando. Como dice Rubén Blades en su canción Como Nosotros: “Nuestra inocencia retrocede al comprender que, en la vida real, la injusticia puede golear a la verdad”. Algunos de los chicos y chicas se mudaron, otros se dejaron llevar por las drogas y estuvieron en diferentes hogares de rehabilitación y otros lograron mudarse antes de que el camino difícil los atrapara. Otros, nos quedamos allí un tiempo más, viendo los cambios, y tratando de que lo que se necesitaba que se quedara igual, así fuera.

527442_177796399010113_2042659060_nMi barrio fue mi continente por muchos años. Jugué tira y tápate, guillotina, al esconder, tenqui, 1-2-3 pescao, pillo y policía, y bailé y brinqué por todos lados. Lo que aprendí allí no se aprende en la escuela, y esos amigos que me vieron crecer y crecieron conmigo siempre serán parte de mi historia. No pasé mi niñez nada mal en mi barrio. Mi primera pelea, mi primer castigo, mi primer beso fue en aquella urbanización que amo y respeto. Aprendí a jugar baloncesto (malo, pero algo es algo) y recibí y aprendí a jugar Nintendo (en eso sí era bueno). Hay muchas historias que no caben aquí, pero pueden estar seguros que son espectaculares y se las contaré a mis hijos. Mis padres se aseguraron que viera los caminos y que aprendiera a tomar el correcto, ya fuera por mí o por experiencia ajena. Sé que tú también tienes historias y cuentos de tu barrio, de tu gente. La mía comenzó a desarrollarse en Treasure Valley; desde la cuesta de los gorditos, hasta el Club de pesca, y mi calle, la calle México, mi barrio, mi Treasure Valley, mis vecinos, mi gente… en fin, yo.